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Existe una pintada en Viapará, antes de acometer los seis últimos kilómetros del Angliru, los más duros, en los que se encuentra La Cueña Les Cabres y demás, que reza: “Bienvenido al infierno”. Tal vez, en cuanto a la dureza en sí del puerto, el Angliru no tenga parangón, pero las condiciones que sufrí en la ascensión al puerto de la Cubilla, claramente, le hacen merecedor de esta denominación.
Hacía muchos años que no subía al PUERTO, con mayúsculas, la subida más bella y espectacular de cuantas conozco. Tal vez fuera en 1996, cuando fui con algunos compañeros de equipo. No lo recuerdo. Por ello, tenía ganas de volver, de ascender este puerto que tan buena fama tiene en el “mundillo” cicloturista, sobre todo, por su belleza. Y es que la Cubilla es un puerto de Alpes, pero situado en la Cordillera Cantábrica. Tiene longitud, tiene altitud, pero sólo le falta que algún día una vuelta profesional lo ascienda, porque ya en el 2001, recuerdo, llegó una etapa de la Vuelta a la Montaña Central de Elite y sub-23. Pues bien, comienzo los casi 30 kilómetros de ascenso, en Campomanes, bajo el viaducto por el que pasa la Autopista del Huerna. El día está nublado, aunque hace calor, por lo que llevo, como casi siempre, el uniforme de verano: los dos maillots desabrochados ambos y el culotte corto. La primera parte hasta Telledo (km 10 aproximadamente) se ven perjudicados por las obras de la Variante de Pajares. Ya en ese tramo sufro una buena mojadura y la bicicleta se vuelve marrón por momentos.
Carretera al infierno...
Con una pinta más propia de la Paris-Robaix inicio los últimos 18 kilómetros de ascenso, en donde la ascensión se vuelve exigente. Veo como antes de Riospaso (kilómetro 15) comienza a hacer acto de aparición una fina lluvia que limpia en parte la bicicleta. Ya no va a haber asfalto seco en toda la ascensión. Hoy me mojo a conciencia. Cuando llego a ese pequeño pueblo sigue sin mejorar el asunto. Más bien empeora. Llego a Tuiza (kilómetro 18) y entonces sí, entonces el infierno. Una densa niebla va tapando poco a poco mi recorrido y eso que aun me quedan casi 9 kilómetros para llegar a la cima. Se nota el estar a más de 1100 metros. Aun no noto el frío porque el constante pedaleo me permite que el cuerpo se mantenga caliente. No será igual al bajar...
Tras pasar por Tuiza todo se vuelve oscuro...
Y allí arriba, en mitad de la nada, sólo con algunas vacas cruzadas en el camino o algún coche que pasa (muy pocos) voy cubriendo la última parte de la subida. Una ascensión que no se acaba nunca, que parece eterna, pero que está completamente escondida, tapada por la niebla. Cuando llego a la cima, a 1683 metros de altitud, sopla un viento terrible. La temperatura es bastante gélida para estar en agosto. Y yo, con mi uniforme de verano... Afortunadamente en el alto encuentro a alguien que me deja papel para cubrir, al menos, el cuerpo. No era periódico, pero protege bastante.
La cima del puerto de la Cubilla en el que hacía un frío intensísimo...
Inicio el descenso y empiezo a notar el frío. Mientras iba subiendo, el esfuerzo de cada pedalada mantenía el calor corporal. Ahora no, ahora casi no pedaleo. Estoy completamente helado, cogido a los frenos rígidamente, bajando despacio por esa carretera completamente mojada y llena de boñigas que aún dificulta más el descenso. Cualquier pequeño fallo podría provocar una caida. Da igual, no se ven los terraplenes, cubiertos totalmente por la niebla. Mi único consuelo es mirar el cuentakilómetros y ver como, poco a poco, me acerco a Tuiza, donde espero que se disipe la misma (la niebla) y entonces la temperatura suba. Fallo técnico, cuando llego allí tengo que parar. No ceso de tiritar. Pienso, esto roza lo inhumano. Aun me quedan 25 kilómetros y no me veo en condiciones de seguir. Pero tengo que hacerlo. No hay más remedio. Vuelvo a arrancar y agarrado fuertemente a los frenos, mis brazos y, en ocasiones, la zona lumbar, van dando espasmos. Siento un frío intensísimo.
Interminable descenso con lluvia, niebla, frío...
¿Quién me mandaría a mi subir este puerto hoy? Es lo que voy pensando mientras me acerco a Riospaso. ¡Ostras! ahora ira haciendo más calor. Mi altímetro ya marca por debajo de 1000 metros. Equivocado, así estoy. No hay movimiento, no hay pedaladas (el terreno sigue siendo cuesta abajo, aunque las piernas están tan bloqueadas que aunque se pusiera de golpe para arriba, sería incapaz de hacerlo). No puedo más y me paro. Acabo de ver un bar con la puerta abierta. Mi salvación. Tal vez algo caliente haga revertir la situación que padezco. Cuando me poso de la bicicleta, mi piel está completamente respigado, las piernas tienen un tono tirando a blanquecino (tranquilos, no he muerto) y los brazos siguen haciendo movimientos involuntarios bruscos. Pero el bar que yo suponía, no es un bar, sino una casa. Da igual, la dueña me prepara dos cafés muy calientes, casi ardiendo, con unas buenas "gotas", para entrar en calor. Pero tengo una sensación tan intensa de frío, que no lo noto. Me da unos periódicos para la parte final del descenso y yo le doy gracias eternas. Me pongo en funcionamiento y sigo bajando, pero los espasmos continúan. Esto es insufrible. Pero ahora la carretera comienza a secarse y empiezo a notar una sensación de calor. Es que me estoy acercando al fondo del valle. Llego a la zona de obras, en Telledo, donde el descenso ya no es tan acusado, lo que me permite dar pedales, entrar en calor y, finalmente, llegar a casa. Todo un infierno.