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Guadarrama Total 8
Últimamente ya no me veo igual, ya no me veo escalando como antes, cuando estaba en Asturias o en los primeros meses aquí en Madrid. Es una sensación rara, porque no dejo de coger la bicicleta, de pasar buenos momentos dando pedales, a veces en solitario, a veces acompañado de buenos amigos. Parece que todo lo bueno, todo lo que podía subir ya lo he subido, que no podré tocar nunca más un "Everest" como hace tres años, y que las rutas con aquella grupeta de Asturias en que soñábamos que el tiempo se detuviera en cada cima no se repetirán jamás. Los tiempos buenos parecen cosa del pasado...
Ahora voy en el metro, en el tren, leyendo con pasión la biografía que Carlos Arribas ha hecho de Luís Ocaña, el corredor que siempre he idolatrado y eso que nunca le vi pedalear, nunca le vi competir. De él he visto documentales y mi padre me ha contado bastante. Ocaña, ese ciclista que desafió al tirano de turno llamado Eddy Merckx; Ocaña, el ciclista desafortunado que se levantó para ganar el Tour; Ocaña, el "estoqueador". Hacía tanto tiempo que no leía con tanta pasión un libro que podría tener otras mil páginas. En medio de esos momentos de trasbordo voy pensando en lo que puedo hacer este año para superar mi record de kilómetros. Hay que ir un paso más allá, hay que llegar a 300 kilómetros, pero no puedo, soy incapaz de plantear una ruta sin puertos, al menos de momento. Pienso algo que me eleve la moral a las nubes...y las sobrepase... Donde quiero llegar no sé si estaré en condiciones de llegar ahora. Porque me miro al espejo y ha aparecido una curva de esas que algunos llaman "de la felicidad", una barriguita, que hace dos años no estaba.
En Asturias hacía puertos y más puertos, no podía dejar de subir, y ahora me cuesta mucho, muchísimo. No podré con los 295 kilómetros y 8 puertos que tengo pensados... o sí.
Fijo el día 26, que es de los pocos que me quedan libres completamente, con el mayor número de horas posible. Y con suma autodisciplina preparo todo el avituallamiento y la ropa el día antes, porque el despertador va a sonar muy pronto, a las 5 de la mañana. El objetivo es salir, como muy tarde, a las 7 de la mañana del Soto del Real para enfocarse a Morcuera.
Últimamente ya no me veo igual, ya no me veo escalando como antes, cuando estaba en Asturias o en los primeros meses aquí en Madrid. Es una sensación rara, porque no dejo de coger la bicicleta, de pasar buenos momentos dando pedales, a veces en solitario, a veces acompañado de buenos amigos. Parece que todo lo bueno, todo lo que podía subir ya lo he subido, que no podré tocar nunca más un "Everest" como hace tres años, y que las rutas con aquella grupeta de Asturias en que soñábamos que el tiempo se detuviera en cada cima no se repetirán jamás. Los tiempos buenos parecen cosa del pasado...
Ahora voy en el metro, en el tren, leyendo con pasión la biografía que Carlos Arribas ha hecho de Luís Ocaña, el corredor que siempre he idolatrado y eso que nunca le vi pedalear, nunca le vi competir. De él he visto documentales y mi padre me ha contado bastante. Ocaña, ese ciclista que desafió al tirano de turno llamado Eddy Merckx; Ocaña, el ciclista desafortunado que se levantó para ganar el Tour; Ocaña, el "estoqueador". Hacía tanto tiempo que no leía con tanta pasión un libro que podría tener otras mil páginas. En medio de esos momentos de trasbordo voy pensando en lo que puedo hacer este año para superar mi record de kilómetros. Hay que ir un paso más allá, hay que llegar a 300 kilómetros, pero no puedo, soy incapaz de plantear una ruta sin puertos, al menos de momento. Pienso algo que me eleve la moral a las nubes...y las sobrepase... Donde quiero llegar no sé si estaré en condiciones de llegar ahora. Porque me miro al espejo y ha aparecido una curva de esas que algunos llaman "de la felicidad", una barriguita, que hace dos años no estaba.
En Asturias hacía puertos y más puertos, no podía dejar de subir, y ahora me cuesta mucho, muchísimo. No podré con los 295 kilómetros y 8 puertos que tengo pensados... o sí.
Fijo el día 26, que es de los pocos que me quedan libres completamente, con el mayor número de horas posible. Y con suma autodisciplina preparo todo el avituallamiento y la ropa el día antes, porque el despertador va a sonar muy pronto, a las 5 de la mañana. El objetivo es salir, como muy tarde, a las 7 de la mañana del Soto del Real para enfocarse a Morcuera.
A
las 6:55 comienzo a dar pedales con un cielo nublado, con tiempo fresco
y con ganas. Esta vez comenzamos cuesta arriba, con puertos, a intentar
batir el record de kilometraje, una estupenda contradicción. Bajan
coches y más coches desde Miraflores de la Sierra, pero yo miro hacia
arriba, pedaleando con calma, midiendo fuerzas, y es, entonces, cuando
llueve, pero sigo y sigo. El primero del día ya es mío, en el kilómetro
17.
La bajada está mojada completamente y llego empapado a Rascafría, donde
empieza el segundo del día, Cotos, que subo también de forma alegre.
Voy haciendo cálculos y pensando en acelerar y también en frenar el
ritmo. La cima llega antes de las 10 de la mañana, con tiempo también
fresco y con la niebla que poco a poco va cubriéndolo todo. No se
atisba mejoría, parece un día astur, pero sigo sin ver luz, sin ver el
objetivo claro.
El tercero del día será Guadarrama, o los Leones, o el León, una
ascensión que siempre me ha parecido de las más bellas y duras de
Madrid, lo que sigo manteniendo tras lo experimentado en esta ocasión.
A las dificultades propias de la subida se une el tráfico, que la
desluce, sí, y la hace peligrosa, también, pero que vale para encadenar
tres duros puertos en 81 kilómetros. 2200 metros en tres puertos
consecutivos en Madrid parecía algo imposible. Me gusta el enlazado, me
gusta...
Tras descender hacia San Rafael con muchísimo tráfico, tomo el desvío
hacia El Espinar por una carretera más tranquila. Un lugar
desesperante, pleno de rectas interminables; de toboganes; de calor,
que empieza a surgir con fuerza; de viento de cara. Son kilómetros
desmoralizadores porque alejan el objetivo, castigan las fuerzas hasta
los límites y las cuentas no salen, no salen nada... hasta comenzar la
leve ascensión al puerto de la Lancha, con los "gigantes" (las torretas
eólicas) que dominan toda esta zona desde infinidad de kilómetros a la
redonda, y que esta vez contemplaré no tan de cerca, no atravesando la
pista de tierra bajo ellos. Esta vez la dirección es Navalperal de
Pinares, todo en asfalto, por una carretera rápida, de más de 60 km/h,
pero sin fotos "suicidas", como hace unos meses.
Voy mirando el reloj planteándome donde comer, si más lejos o más
cerca, pero en Navas del Marqués decido que aquí, que el punto media
era éste, aunque después hiciera más kilómetros. El desnivel a esas
horas es de 2850 metros en 132 kilómetros. Poco me preocupaba cuando
saco el bocata que devoro sin compasión. Al sol frontal aprovecho el
avituallamiento y por eso a estas horas el dolor de cabeza no me da
tregua.
Segunda sesión pasadas las dos de la tarde. Ya es hora de soñar con la
machada, con los 295 kilómetros. Vamos a por el siguiente, que es
sencillo, que es el quinto del día. La Paradilla cae rápido porque me
noto ágil. Y con agilidad desciendo hacia San Lorenzo del Escorial,
donde me veo obligado a hacer un rodeo por sus empinadas calles. Sumo
agotamiento y sumo desnivel, pero no lo pienso cuando vuelo en
dirección Guadarrama, donde espera el "coco" del día, el que me dirá si
se puede... o no.
Navacerrada desde Guadarrama es un puerto tortuoso, larguísimo,
progresivo, con ancha carretera, similar a Pajares. Una odisea en la
que siento todo el desgaste y el cansanció del día golpeándome metro a
metro. A ello se suma el calor, la deshidratación, el horrible pastel
de chocolate derretido que había comido después del bocata. Siento
ganas de vomitar y tengo que pararme un momento en la Fuente de los
Geólogos. Un poco bastante de agua fresca para rematar el puerto que
casi me remata. Con 186 kilómetros y más de 4200 metros, en otras
circunstancias estaría contento, pero quería más, aunque sé que ya no
me dará tiempo a esa osadía que me había planteado. Hay que cambiar la
ruta, rediseñarla y no queda otra que ir directamente hacia Canencia,
hacia el bellísimo valle de Lozoya.
Ahora sólo quiero llegar a 5000 metros y voy calculando si será
suficiente con Canencia o tendré que hacer otra cosa... ¿Peña Real? Aún
está lejos, así que pedaleemos, disfrutemos... Un nido de cigüeñas, una
bonita estampa para el resumen de la ruta. ¿Veis como hablo de más
cosas que de ciclismo y de puertos? Igual de majestuosas allí arriba me
imagino en el octavo, con las montañas detrás, con el sol pegándome con
fuerza, pero pensando en el triunfo de la ruta... ¡Qué bonito es soñar!
Hago una nueva parada en Lozoya para comer fruta y reponer la bebida
que me permita afrontar con bríos renovados la séptima ascensión del
día: el puerto de Canencia. Hacía mucho que no empezaba un puerto con
más de 220 kilómetros en las piernas, pero pedaleo como un autómata
sumando desnivel, restando los que faltan a los 5000. Mido las fuerzas
de tal manera que me sorprendo a mí mismo al coronar con suficiencia.
Ya sólo queda uno... pero quedaban más de 200 metros para el nuevo
objetivo.
Allá a lo lejos se distingue la octava cota, la única que no tendrá
cartel de puerto, pero no me preocupa. Con una antena en la cima era
suficiente, aunque demasiada osadía compararla con Gamoniteiru. Ésta es
dominadora también, pero no como el "coloso". Pero serán también los
5000, como aquel 15 de junio de hace un año.
La octava cayó cuando
pasaban las 9 de la noche, cuando llevaba más de 12 horas pedaleando,
cuando llevaba desde las 5 de la mañana en pie, cuando llevaba 263
kilómetros en las piernas, y me preguntaba, ¿cómo podía estar frustrado
ante eso? Imposible. Y ahora ya no me veo en decadencia. Si los puertos
estuvieran más juntos podrían caer 5500 metros o 6000 o 7000 o... Pero
eso será para otra historia, para otra ruta.