Las Diez Navacerradas



Hace unos cuantos años me planteé esto que veis aquí abajo: subir la Cobertoria en diez ocasiones. Era una especie de homenaje a mi puerto favorito...



Pero, finalmente, modificamos el plan por una ruta más asequible y sencilla que tuvo su crónica por aquí.
Lo cierto es que el reto de subir y bajar el mismo puerto una y otra vez no me atrajo gran cosa hasta hace, aproximadamente, año y medio, en el que, casi de sopetón, me dije que era el momento de acometer mi Everest en el mejor puerto del mundo: el Gamoniteiru.  Me quedé en seis subidas, más una séptima hasta la Cobertoria (por si algún incauto aún no lo sabe, después de visitar esta web, está más abajo), redondeando 8000 metros con los que me fui feliz a Pola a tomarme una cerveza con mi amigo Rober. Un día redondo, precioso, un recuerdo imborrable.

Esta historia que ahora os cuento hay que enraizarla en esos precedentes, porque, a pesar de elaborar el "Everesting" en Navacerrada desde hacía años, nunca hasta esta ocasión me había "puesto a ello". Sin ese poder de seducción que me genera la Cobertoria, con un tráfico intenso que me hace "pelearme" con varios "conductores", pero con un plan logístico adecuado, un estudio pormenorizado de la vertiente elegida (base en el Polideportivo de Navacerrada) y de sus condiciones (asfalto y carretera impecable para bajar), la calculadora de la web Everesting me dice que, para llegar a los metros debo subirlo 13 veces...



Habrá pocas fotos de este día porque me he centrado, y mucho, en la cuestión, en el constante sube-baja... Llego a Navacerrada antes de las siete de la mañana y comienzo a las 7:05 con maillot largo, guantes largos, braga de cuello, porque hace bastante frío, y, lógicamente, luces y chaleco reflectante. Quiero aprovechar los minutos anteriores a que amanezca para ir metiendo metros y bajar ya de día. 

Así, tras el primer Navacerrada tengo que parar a posar algo de ropa y aprovecho para comer algo ya... Unos 680 metros de acumulado y un mundo para el Everest, ahí es nada, pero la parada era necesaria.
Tras la segunda Navacerrada, misma operación porque todavía hace bastante frío. Dos paradas con menos de 1400 metros de desnivel acumulados, pero necesarias. Y ya con la tercera, otra más, con lo que estamos en más de 2000 metros acumulados y tres paradas. A este ritmo el tiempo en paradas puede dispararse, así que opto por hacer cuarta y quinta seguidas, con menos ropa ya y con una pérdida considerable de sales minerales.
Y ese es el gran lastre de este puerto: los metros que se suman a cada subida. Mi mente me asegura que estamos subiendo un gran puerto, pero en el desnivel no parece reflejarse. No son los más de 1000 por subida de aquella vez en Gamoniteiru. Y lo cierto es que siempre tuve claro que, para un reto de este tipo, tantas veces me agobiaría...y así fue.
Tras reponer energías nuevamente, mientras voy ascendiendo por sexta vez alcanzo los 3600 metros acumulados a las 13:05 (6 horas de esfuerzo) y echo cuentas sobre el tiempo necesario (lo que comunmente se conoce como las cuentas de la lechera). La séptima subida ya me coloca con unos 4800 metros, pero el momento crítico me llegará con la octava subida, el auténtico punto de inflexión del día. Había tiempo aún, pero, posiblemente, mi obsesión por cuadrar mis números me hace forzar en exceso en momentos puntuales, tirar más de desarrollo, o tal vez la subida acusada de temperatura por la tarde (se fue a 29 grados, por los 3 que había al principio), el cansancio, la pérdida de sales,... ¡¡¡Quién sabe!!!
Tras coronar por octava vez bajo con un dolor terrible en los pies, así que aflojo los zapatos y cuán loco voy dando gritos al público que a esas horas me hacía el pasillo hacia Navacerrada otra vez (nadie). Así que al llegar abajo me siento en un bordillo, me descalzo, busco varios sandwichs, cafés, frutos secos y estoy cerca de media hora reflexionando sobre el sentido de la vida y del cicloturismo.
Me pongo en marcha otra vez antes de las 16:30, en busca del noveno ascenso. Regulo porque recuerdo que lo importante es avanzar y avanzar y avanzar. Y cuando estoy a punto de coronar me encuentro a Rubén, quien me tiene preparado un maillot conmemorativo, una placa y un chupa-chups para la ocasión. Volvemos a conversar sobre el sentido de la vida y el cicloturismo en la cima de Navacerrada y se baja conmigo hacia Navacerrada. Trato de no hacerle caso cuando me dice que va a subir Navacerrada por mi lado (llevo tantas veces ahí en los diez últimos días que ha pasado a ser de mi propiedad en virtud de no sé qué tratado antiguo) y luego subirá por el lado segoviano, que, a esas alturas, para mí es como si me hubiera dicho que está al otro lado de la Tierra: muy lejos.
Así que en ese momento me convenzo de terminar mi día en Navacerrada subiéndola por décima vez y acabar mucho antes de que oscurezca:  corono sobre las seis y media, levanto la bicicleta al cielo, como aquel diez de septiembre de hace dos años en Cobertoria y me marcho con el trofeo del cansancio, de las diez ascensiones a Navacerrada en este día y otras seis  hace menos de diez días; me marcho con el trofeo de ver amanecer en mi puerto favorito de Madrid, de descenderla disfrutando, de ascenderla muriendo de frío y quemando de calor.











El perfil y los datos del puerto de Navacerrada (pinchando en la imagen podéis acceder a la actividad en Strava).





"Me gusta subir puertos, me gusta el ciclismo, me gusta la montaña"