RUGE EL LEÓN
Crónica de 285 kms en solitario
“Y rugió el león, tan fuerte que hoy las comadrejas se han
quedado en su madriguera… Ni mañana, ni pasado, ni en una buena temporada se
espera que vuelvan a salir.”
Tenía
ganas de subir mi listón de kilómetros ya que el
record anterior fue en la ruta más tonta que recuerdo, una ruta en la
que, por
un laberinto sin sentido, acabé más que agotado. Sin puertos de verdad,
sin
rumbo, desesperado, acabé despilfarrando fuerzas y lo que bien pudo ser
un 300, se quedó en 250. Cifras, éstas, que cualquier ciclista
medianamente preparado
alcanza, pero yo aquí no hablo de quién hace más kilómetros, sino de
buscar
cada uno sus propios límites. Yo soy un simple cicloturista con su
trabajo, sus
ocupaciones diarias, con el tiempo escaso la mayor parte del año; un
competidor
pésimo, y que huye de las marchas cicloturistas… ¡Qué se le va a hacer!
Cada
uno busca su propio camino, y el mío es el de los puertos, subiéndolos
a 5, a
10, a 15 o a 20 por hora (bueno, tampoco exageremos…). Así que un loco
de los
puertos como yo no podía buscar un record de kilómetros en una ruta
llana. Lo
siento, eso no va conmigo, y tal vez haga que en lugar de pasar de 300
ampliamente, me quede algo más abajo. Pero al menos esta vez estoy
satisfecho y
reventado a la vez. Dulce dolor de piernas con el que ahora estoy
escribiendo.
Ya desde el año pasado me rondaba la idea de hacer esta
ruta, en concreto, desde el mes de mayo, cuando también desde casa logré
plantarme en la Bola del Mundo, dando la vuelta. 237 kilómetros y 3600 metros
de desnivel, llegando bastante antes de que se acabaran las horas de luz. Fue
también en solitario, como muchas de las rutas que he hecho. Ahí, solo, vas
concentrado al máximo y, posiblemente, “comiéndote más la cabeza” que si fueras
acompañado, pero en cuanto acabas te sientes mucho más fuerte mentalmente.
Piensas muchas cosas, piensas en gente por la que hasta hace poco hubieras
puesto la mano en el fuego y te abandonan como a un perro. Tal vez de ahí salga
esa rabia que, en esta ocasión, me ha hecho pedalear aún más fuerte, agotarme
completamente, concentrarme, medir los tiempos, destrozarme físicamente y
llegar a casa con tanta antelación que bien pudieron ser más de 300… Es lo que
pasa cuando no regulas, que se “disgrega la potencia por todos lados”. Pero no,
la ruta era la que era, y no hay que hacer más. Ya vendrán otros días…
El
perfil de la ruta fue éste. Como veis, como buen loco de los puertos, incluí
varios de la sierra madrileña, rematando, más bien rematándome, en Cerro Peñote
o Rancajales:
Salgo
a las 7 de la mañana de casa, rumbo a la "gloria" personal, en busca de
una ruta más que épica. Los primeros kilómetros transcurren por el
paseo de Madrid-Río, Anillo Verde y carril-bici de Colmenar y Tres
Cantos. Son kilómetros de un desgaste terrible, entre el ruido continuo
de los coches, de la gente que acude a sus trabajos, de otros
cicloturistas y ciclistas con impresionantes máquinas (¡¡qué bicicletas
se ven!!).
En
Soto del Real acaba esta primera parte y pongo rumbo a Miraflores y al
primer puerto del día, la Morcuera, que había subido la semana antes.
Pero ahora sería diferente, pues no es el puerto central de la ruta,
sino que forma parte del bloque central de la ruta...
Cotos
será el segundo del día. Un puerto largo que, encadenado con Morcuera,
parece más un primera. Ya en la cima llevo más de 2000 metros de
desnivel y las fuerzas aún responden, pues llevo a rajatabla los
avituallamientos. En esta ocasión bocadillos, gominolas, sales
minerales,... Me había organizado y también conocía los puntos exactos
donde coger agua. Ni una parada en un bar, ni en una tienda para
subsanar "fallos".
En
el kilómetro 143, en Torrecaballeros, planéo el avituallamiento, justo
a mitad de ruta, con kilómetros para digerir la comida, pues Navafría,
siguiente puerto, se encuentra aún lejos, a más de 20 kilómetros. Voy
bien de tiempo, además, pues no son ni las 2 de la tarde.
En
Navafría comienzo a acusar los excesos, aunque la parada en la fuente
situada a mitad de subida me viene bien para reponer energías. A esas
horas llevo 173 kilómetros en las piernas, con tres puertos de la
"Perico" y un desnivel que ya se va por encima de los 3000 metros. La
meteorología, además, parece acompañarme, pues está nublado, lo que
favorece la "refrigeración"...
Canencia
es un puerto calificado como suave, pero la última parte se me hace
eterna, con lo que tiro de "riñones" para superarlo. La foto en la cima
lo dice todo, pero la satisfacción de coronar todavía cuando no son las
5 y media de la tarde no tiene precio.
Pero
en Soto del Real decido que tengo que culminar el quinteto, y me
lanzo a por Rancajales o Cerro Peñote. Dos kilómetros y medio, con
rampas al 13%, que me parecen aún peores. Seguía ganando mi batalla, a
pesar de que algún cicloturista a rueda durante la ascensión me pasaba
como si en la cima hubiera una pancarta de meta. A mí mismo me decía un
"ye lo que hay". Daba igual, kilómetro 230 y quinta subida del día.
Ahora venía lo peor, sin duda...
Kilómetros
y kilómetros por ese carril-bici de Colmenar, Madrid-Río... A
esas horas ya no puedo más. Sólo las ganas de llegar a casa y acabar
con el sufrimiento hacen mover las piernas. Ha vuelto el calor por
estos lares, y las temperaturas son más altas que en Navafría y
Canencia, lo que me deshidrata ya completamente. Pero había que
seguir... hasta el final.
No
había vencido ninguna carrera, ni a ningún rival; sólo me había vencido
a mi mismo otra vez. Da igual si el límite son 50, o 100, o 200, o 500
kilómetros. Vencerse a uno mismo genera una satisfacción como la de la
penúltima fotografía. Ahora sólo hay que descansar y pensar en la
próxima locura... con puertos, por supuesto.