De aquí nadie sale vivo (2ª parte)





Son más de las 8 de la tarde del 2 de septiembre de 2014. Pedaleo casi parado, a 5 o a 6 kilómetros por hora. Hace un rato les he dicho a mis amigos de ruta que se fueran solos hacia Ponferrada, que me vinieran a buscar porque no podía más. Entregué la llave de mi furgoneta a Javi, al Obús, quien se la pasó a Pablo. Nos habíamos juntado en la capital del Bierzo para subir puertos y celebrarlo, seguramente, en el circuito del Mundial, pero no pudo ser. Prefiero no mirar el pulsómetro porque marca muchísimas pulsaciones. Por un rato pienso que está mal, que del calor también se ha podido estropear. Me tomo el pulso levemente y compruebo que puede que no, que el aparato puede estar diciendo la verdad. No logro pasar de los 6 kilómetros por hora. Voy tan parado, sin un mínimo gramo de fuerza, que no veo la hora de llegar. A esta velocidad podría tardar 5 horas en llegar a Ponferrada, al lugar de la salida. No puedo más... Me tiro a una orilla de la carretera y saco parte del bocadillo que no pude acabar, el que había comenzado en la Baña, cuando bajamos a comer desde la cima de Fonte da Cova. Ahora sí me entra, aunque mastico con suavidad. Parece que mi corazón se sale a cada mordisco. Poco a poco voy bebiendo y comiendo... 15 ó 20 minutos allí tirado, viendo como pasan los coches cuyos conductores se quedan mirándome.
Logro reponerme en parte y culmino el repecho al 2% que me ha traído de cabeza desde que dejé a mis compañeros (más bien, desde que me dejaron). Bajada leve hacia Carucedo, al pie de las Medulas, esa subida que tendré que dejar para otra ocasión de nuevo. Me encuentro un banco, el cual será mi meta del día. Poso la bici a un lado, me siento, estiro las piernas, respiro con profundidad, pienso y pienso, la llamo, casi llorando, porque creía que esta vez me quedaba de verdad, me quedaba en el sitio. Es la primera vez que hago un esfuerzo en bicicleta y siento miedo de que me falle el corazón. Me despido tranquilizándola, todo está mucho mejor, sólo tengo que esperar a Pablo, amigo para siempre, quien me ofrece su casa para descansar, pues el día ha empezado muy pronto y muy lejos...



Cinco de la mañana, sur de Madrid. Me levanto y empiezo a preparar comida y bebida para un gran día. Tengo en mente ascender uno de esos puertos que me quitan el sueño desde hace tiempo. Hacía quince meses lo había bajado con David en una ruta tremenda, de casi 5000 metros. Esta vez, sin embargo, será diferente, pues llevo un mes de agosto calmado en cuanto a bicicleta. Pero confío en mis fuerzas y en un buen año de puertos y rutas. A pesar de los poco más de 200 kilómetros hechos en los últimos 30 días no se me puede haber ido la fuerza.
A las 6 de la mañana pongo rumbo a Ponferrada, la ciudad del Mundial del ciclismo que tendré que ver por la tele. Son cuatro horas de viaje en solitario, pues no he logrado convencer a nadie. Voy contrarreloj y hago una leve parada para el café, pero a las 10 de la mañana asomo ya por la ciudad y me encuentro con Estrada, David, Pablo, Dosoro, Luís, Obús,... ¿Y Teibol? Teibol está enfermo. Nos avisa a primera hora de la mañana. Una lástima, pues esta ruta era muy especial para él. Ya habrá más, más adelante...
Empezamos tarde, saliendo por las calles de Ponferrada, siguiendo las indicaciones de Pablo, que sabe por donde transcurrirá el Mundial. Pero la carretera pronto se vuelve empinada, aunque no me importa. Voy pendiente del altímetro, que vuelve a darme "guerra" aquí, como hace quince meses. Logro solucionarlo, aunque ya me pego el primer calentón para enlazar con el grupo.




A pie de Fonte da Cova, en Sobradelo, donde hacemos la primera parada del día, llevamos una media en torno a los 29 km/h, y mis pulsaciones se mantiene extrañamente altas, tónica habitual durante casi todo el día, y más en el puerto, en el largo puerto de Fonte da Cova. Ascensión tremenda, única, Fonte da Cova es un puerto de paso de 1500 metros de desnivel que no tiene nada que envidiar a los más grandes colosos que vemos en el Tour de Francia y en el Giro de Italia.
Comenzamos en grupo, cuando recibo la llamada de Rubén, al cual había avisado a última hora de ayer. Está en la cima, pero rápidamente nos encuentra y hará gran parte de la ruta con nosotros, sirviéndonos de guía, pues conoce la zona a la perfección... A mitad de puerto veo que el ritmo es muy alto para mí y cedo. Obús ha pinchado y sube con Dosoro. Cuando éste da la vuelta, da un pequeño tirón hasta alcanzarme. Me será de gran ayuda, pues mis fuerzas parecen haberse quedado en el fondo del valle y voy solventando el puerto como puedo. En esos 6 últimos kilómetros, donde se acumula la mayor dureza de la ascensión, el Obús me da ánimos, hablamos, divagamos... y encontramos una fuente, más salvadora para mí, que sigo sin encontrarme bien. Caen los metros, hasta que llegamos a la antigua estación de esquí, a un kilómetro aproximadamente de la cima. Ya juntos de nuevo, vuelvo a quedarme en ese pequeño tramo, pero la foto en la cima vuelve a animarme. En las peores condiciones posibles logro hacer cima. Sin la ayuda de mis compañeros no sé si esta vez lo habría logrado. Lo más seguro es que sí... De lo que no estoy tanto es de si hubiera seguido haciendo lo que ascendimos después...




Bajamos a La Baña a comer, a reponer fuerzas, pero no puedo ni con el bocadillo. No sé qué me pasa. Me noto exhausto completamente. Los 35º de la cima, el sol abrasador, el ritmo, los pocos kilómetros de agosto. Parece que todo se viene encima. Salimos de La Baña rumbo a Gobernadas, con unas primeras rampas muy duras. Voy encontrándome bien, hasta que a mitad de subida vuelvo a decir basta y mi ritmo baja hasta unos exíguos 5 kilómetros por hora. En la cima me esperan de nuevo y hacemos la foto. Cadavérico, agotado, oigo como discuten sobre qué opción hacer: ¿hacer la última parte de Piedrafita o bajar hasta el fondo del río y atravesar una carretera llena de repechos? Logran convencerme para hacer lo primero. Me es igual todo. Mis fuezas se van diluyendo poco a poco... En Silván, de donde había salido Rubén, paramos en una fuente, y luego delante de su casa. Estoy perdido, quiero que se acabe ya, pero todo queda muy lejos. Pasa un gato, le hago una foto, intento distraerme para no pensar en lo que me queda. Les digo que si subo una rampa del 6% a 5 por hora, por lógica matemática en una del 20%, como la que hay tras el cruce a Piedrafita, me caeré por no desarrollar la velocidad suficiente. Ya no sé ni lo que digo.




Sol, sol y más sol. Empiezo con bríos esos 4 kilómetros de Piedrafita, muchos bríos, demasiados. Quiero llegar arriba pronto, hasta que a mitad de puerto casi me paro y ya subo otra vez a 4-5 por hora. Será ahí donde mi último gramo de fuerza. Desde ahí, en cualquier pequeña subida ya no podré siquiera seguir el ritmo de mis compañeros... Coronamos Piedrafita, un puerto durísimo, más esta vez, claro. Rápida y peligrosa bajada y nos despedimos de Rubén, que toma camino hacia Silván. Nosotros proseguimos hacia Puente de Domingo Flórez. Los repechos siguen y mi calvario también. El tiempo se echa encima, llegaremos de noche a este ritmo, pero necesito volver a parar. Será en una gasolinera. Allí necesito beber Cola...y tampoco puede acabarla. A la salida, otro fuerte repecho me servirá para pasar el momento más complicado encima de la bici. Algo muy extraño pasa. Se me disparan las pulsaciones... ¡Maldita Cola! Se van por delante y no puedo. Intentan ayudarme a superar las pequeñas subidas, pero nada, no puedo casi seguir. Hasta que finalmente les digo que no puedo más. Si seguimos así puede ser muy peligro para todos. Se hace de noche y yo no puedo pedalear más fuerte.



Se van hacia Ponferrada y yo me quedo solo. Me echo a una orilla, y pienso y como y recupero y veo pasar coches y me tranquilizo...
Sentado en el banco hablo con una señora, coincidencias de la vida, casi vecina. Como yo, se fue a trabajar fuera. Ella lleva muchos más años fuera y piensa en volver, como yo, para siempre, algún día. Aparece Pablo, cargamos las bicis, me anima: "una ruta con Fonte da Cova no la hace cualquiera". Ya lo tengo en la buchaca, ya lo puedo contar a los nietos...bueno, y aquí también, pero esa será otra historia, y con números.