Borrachera en Guadarrama
-Querer es poder-





Tuve un equipo excepcional hace cuatro años. Una grupeta de amigos increible, para preparar el Everest. Unos ahora están alejados en la distancia; otros, en el tiempo. Este año, esta vez, cuatro años después, es diferente, pero me motiva el reto.  Me motiva tanto o más que la otra vez. Me siento más pesado, menos ligero en bicicleta que hace cuatro años, pero siento que cada vez, a cada semana, a cada paso, a cada ruta, voy dando un golpe encima de la mesa de mi cabeza, de mis piernas. Y eso es lo más importante. Quiero llegar al Everest el 30 de mayo, no ahora, por ello no me obsesiona ahora el dolor de piernas con el que os escribo después de rondar los 4000 metros, aún por debajo. Hace tres semanas sobrepasé la barrera de los 3000 por este año y en esta ocasión tocaba subir el listón algo más.


Me despedí de Rubén hace tres semanas diciéndole que mi siguiente parada sería una ruta de más de 190 kilómetros y casi me miró con incredulidad, después de llegar de noche de hacer 147 kilómetros y 3300 metros... y más con apoyos, claro.
Por momentos tuve una reflexión "metodológica" sobre mi forma de subir: meter más desarrollo o seguir ascendiendo con coronas lo más altas posibles. El día, el 31 de marzo me dio para muchas cosas en mi cabeza, en mis piernas, en mis objetivos.

He planeado hacer esto:




Comienzo a pedalear cuando son cerca de las 10 de la mañana. Muy buena temperatura para estas alturas del año y aún dudando de si llevo excesiva ropa, si debiera haber puesto el maillot corto o está bien con el largo. Me pasan ciclistas subiendo Morcuera, pero a pesar de ello no me cebo y trato de regular. Me veo bien y cae el primero tras 17 kilómetros.




Cotos es distinto en todo... Y el dolor hace acto de aparición. No se va y me acompaña hasta arriba. Diálogo mental para convencerse de que el rato malo es ahora y, entonces, todo irá a mejor después. Me subo con una mala bestia a hacerme la foto en el cartel. Mala cara, mala ostia, todo mal, pero sólo llevo 48 kilómetros... Mejorará, me digo.



Cuando llego a Guadarrama, con buena media (en mis parámetros, claro), el giro hacia el puerto supone un freno total en mi pedaleo. Puedo excusarme en el viento (de cara), en el desnivel a esas horas (más de 1500 metros), los kilómetros (más de 70), pero no me vale nada. Mi velocidad no sube de 9 por hora y en la segunda mitad, con más tráfico, veo que todo se vuelve más difícil. Hacía mucho que no penaba de esa manera. ¿Dónde puedo ir así? La cabeza me va diciendo que es mejor dar la vuelta, que es inútil seguir porque todo va empeorar. Los 192 kilómetros de ruta no serán posibles.


Desciendo hacia San Rafael, giro hacia Segovia por la carretera nacional y todo se vuelve más negro. Repechos, toboganes, viento de cara, más agotamiento... No veo claro un lugar para parar y yo solo voy desesperándome viendo como se hace cada vez más tarde. Las tres, las tres y media, las cuatro y esta carretera no se acaba.




Alcanzo Revenga y veo un bar con una terraza. Ni una pedalada más. A pesar de traer un bocata en la mochila, me paro. Necesito recuperar un mínimo de energía, echar cuentas, pensar...y soltar las piernas.





Prosigo mi camino y convencido de que todo irá a mejor, pero los repechos prosiguen. Cambio de carretera, para ir hacia la Granja y luego, otra más, hacia Valsaín, con más subidas y bajadas. ¿Cuándo empezará el puerto de una p... vez? Sólo tengo ganas de Navacerrada y acabar con este terreno.
Una vez en plena subida, justo antes de la primera revuelta, me paro a comer y a pensar. Sigo guardando piñones pero veo que cada vez me duelen más y más las piernas. Esta misma discusión con el puerto de Navacerrada por su cara norte, que me ha castigado en más de una ocasión, ya la tuve hace unos años con San Lorenzo. "Chaval, tienes que ser consciente que pesas lo que pesas y mides lo que mides, y nunca vas a subir como un escalador". Así que cargo todo el desarrollo, el 34x32 y voy solventando las rampas todo lo mejor que puedo. Ahora sí, ahora sí empiezo a ver la luz, cuando llevo más de 130 kilómetros...


Ya son más de las seis de la tarde, estoy a 55 kilómetros del coche y aún tengo que subir Morcuera con un desgaste como hacía tiempo que no sufría. Pero todo el bloqueo mental de hace dos puertos, se ha ido. Pedaleo cómodo, con fuerza.


Mi filosofía para ascender Morcuera repite la de Navacerrada. Sin cargar el desarrollo voy haciendo metros y desnivel se va incrementando hasta los más de 3800 metros. A pesar del dolor de piernas, lógico, no puedo estar más satisfecho. Pedaleando solo, sufriendo solo, llego a la cumbre de Morcuera y no puedo dejar de dar un puñetazo al aire. Al fin y al cabo me había ganado la apuesta. Pude con la ruta.


Querer es poder: el Everest está a 5000 metros.